Hoy quiero compartir mi historia, una que no solo refleja mi lucha con los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), sino que también revela cómo esa experiencia me llevó a dedicar mi vida profesional a acompañar a otros en su propio camino hacia la recuperación.
No fue un camino sencillo ni lineal. Hubo caídas, muchísimos momentos de oscuridad y una constante búsqueda de respuestas. Pero también hubo descubrimientos, crecimiento y, finalmente, la decisión de sanar. Es por ello que, desde mi lugar como psicóloga especializada en TCA, quiero compartir no sólo mi historia, sino también por qué me apasiona tanto acompañar a quienes transitan por esta compleja y desafiante experiencia.
Desde muy temprana edad, empecé a notar las expectativas y comentarios en torno a la apariencia física, tanto la mía como la de los demás. Aunque externamente todo parecía ajustarse a lo que se consideraba "normal", lo que al principio parecía ser una preocupación superficial por mi cuerpo fue tomando, poco a poco, una forma mucho más profunda y enfermiza.
¡Pero quiero decirte algo antes de que sigas leyendo! No fueron solo los comentarios ni la importancia que se le daba a la imagen en casa. Fue una mezcla de factores: hitos en mi vida, rasgos de mi propia personalidad, la manera en que gestionaba mis emociones e inseguridades, y ¡por supuesto! la creencia de que la pérdida de peso podría ser una "solución" para mi dolor.
Recuerdo con claridad que fue a los 12 años cuando experimenté mi primer episodio de anorexia. En ese momento, esto pasó desapercibido y los síntomas fueron vistos como algo normal por quienes me rodeaban. Mientras algunos manifestaban preocupación por mi falta de apetito, otros reforzaban la idea de que era "positivo" haber bajado de peso, a pesar de que siempre había sido una chica delgada. Desde entonces, mi relación con la comida, el ejercicio y mi cuerpo nunca volvió a ser la misma.
La información indirecta que se me dió con tan solo 12 años fue crucial: no importa que tan mal lo estés pasando, tu delgadez y tu apariencia es lo más importante.
A partir de ese instante, el TCA me arrebató muchísimas cosas: el placer de practicar deporte (para mí tenía una connotación de pérdida de peso), la flexibilidad de una alimentación intuitiva y, sobre todo, me cargó un peso sobre mi apariencia corporal exagerado. Y siéndoles sincera, emprendí un camino que durante años pensé que no tendría retorno.
Mi TCA se convirtió en un "compañero" silencioso que me acompañaba a diario, pero que nadie conocía. Era como una parte de mí que jamás compartí con otros; "nadie lo entendería", pensaba. Este trastorno se volvió un refugio para mi dolor y mis frustraciones, convenciéndome de que al menos sería reconocida por ser delgada, algo que ya me había demostrado de alguna manera en el pasado.
Este "compañero" era astuto y evolucionaba conmigo mientras yo crecía.
Durante mis últimos años de adolescencia, descubrí diferentes herramientas y estrategias para que nadie lo descubriera. Con el tiempo, “devolver” la comida a través de diferentes métodos se convirtió en una práctica frecuente, acompañada de dietas extremas y medicamentos no autorizados para perder peso. Estos comportamientos abrieron la puerta a los atracones, que comenzaron a hacerse presentes con más fuerza cada vez que una dieta fallaba o un fármaco perdía su efecto.
A pesar de todos estas señales, siempre pensé que no estaba lo suficientemente enferma, que no era algo grave y que lo tenía bajo control ¡Que error! Porque con los años, me he dado cuenta que jamás lo tuve, él siempre estuvo… más o menos presente, pero siempre lo tuvo y siempre va a querer más y más de ti.
Recuerdo con claridad un día durante las vacaciones de la universidad, cuando este mal llamado compañero comenzó a dominar mi vida y quitándome la poca que me quedaba. Se había robado hasta mi descanso. Era algo sumamente desgastante, me sentía devastada al darme cuenta de cuánto espacio y energía consumía en mi día a día, y al mismo tiempo, me sentía sin ninguna herramienta para salir de allí, había tocado fondo.
Para mi familia y mi círculo en general, yo era simplemente alguien que había subido y bajado de peso en los últimos años, que “hacía dietas” y las dejaba, y algunos de ellos sabían que sentía un cierto grado de insatisfacción corporal pero que la asociaban netamente a mi peso “eso se te pasará bajando” y sí, yo también pensé lo mismo todo ese tiempo, pero, ¿te digo algo? nunca ocurrió, ni siquiera estando en mi peso más bajo.
La verdad, si les soy sincera yo vivía un infierno constante. Además de robarme parte de mi identidad, no me conocía, siempre apelaba a quien quería ser, olvidándome de quién era yo en esos momentos, mi inseguridad aumentó a niveles indescifrables, y vivía con una amargura tremenda.
Durante 2º y 3º de la Universidad, mi TCA se volvió incontrolable. El sentir que esto se me había ido de las manos me hizo pedir ayuda: Llegué a terapia. Pero la experiencia fue dolorosa y frustrante. El psicólogo que me atendió por primera vez me alzó la voz y sin anestesia, me dijo que era bulímica (etíquetandome), que había sido anoréxica en mi adolescencia y que había estado enferma por años."¿Cómo no te habías dado cuenta?!", me reprochó. La posterior visita con el psiquiatra no fue diferente. En un principio me sentí en shock, luego entendí que había sido juzgada y que no hubieron intentos de comprender qué era lo que había ocurrido para llegar allí. Nadie quiere estar enferma.
Por primera vez, me había atrevido a ser vulnerable, y el resultado fue devastador. Tomé distancia y no se los niego, también cierto recelo al tratamiento.
